Albania tiene suerte, porque de entre los 10 misioneros españoles que allí viven, dos somos de la diócesis de Astorga. Pilar López, franciscana estigmatina, fue una de las pioneras cuando cayó la atroz dictadura comunista-ateísta. Ella pudo ver un país totalmente deprimido, pobre y sin apenas coches.
La miseria reinaba en esta nación olvidada de todos, a la que su dictador sometió al más terrible de los aislamientos. Ni siquiera se podía cambiar libremente de pueblo. Ni siquiera se podía creer en Dios, porque estaba prohibido por la constitución.
Su congregación posee a la única mártir mujer del odio a la fe que marcó el inicio del comunismo en Albania. Y ella, nuestra Pilar, tiene la suerte de vivir cerca de su sepulcro, en la capital católica del país, la ciudad de Shkodër.
Albania está al lado de esa Macedonia que ahora sale en los telediarios, porque recibe miles de inmigrantes procedentes de países árabes, camino de Alemania. Nuestro país también se desangra, perdiendo cada día miles de jóvenes, que de forma ilegal buscan un futuro mejor en Alemania, Gran Bretaña o América. Porque Albania es un país muy joven, pero más de la mitad de la población no tiene empleo, y vive sin luz y agua corriente. Aunque geográficamente estamos en Europa, realmente estamos en otra galaxia.