2 oct 2020

Juan González Núñez desde el Gran Valle del Rift

Hace unos días recibíamos unas letras del P. Juan disculpándose por no haberse comunicado más a menudo, pero que: " un nuevo servicio misionero se ha presentado. un desafío inesperado. Cuando ya estaba acomodado a la vida de la misión entre los gumuz, reduciendo mi actividad a medida que las fuerzas me iban fallando, he aquí que bruscamente me sacan de esa rutina para un cargo que a todas luces considero superior a mis fuerzas: el de Administrador Apostólico (sede vacante) del Vicariato de Hawassa, a partir del 29 de septiembre... en el sur de Etiopía, es la diócesis más grande de la nación en número de católicos y también, a todas luces, la más compleja. Yo trabajé en ella de 1977 a 1981. Luego, aunque siempre tuve algún contacto con ella, nunca más volví a trabajar allí. Su clero me conoce porque la mayoría fueron formandos míos en el seminario o alumnos míos en teología, y eso me da cierta alegría y confianza..Me siento como aquel viejo sargento que tenía en la vitrina de su casa viejas espadas y pistolas como trofeos de viejas batallas. Y, de pronto, se le dice: “Quita el polvo a todo eso, cíñete tus cananas y salta al grueso de la refriega”.Os pido que oréis al Señor por mí para que en esta lucha sepa poner mucho amor, que es el arma más eficaz y “mortífera”, y que el tiempo que tenga que llevar esta cruz, me sea llevadera." Es un orgullo para esta diócesis, y sabemos que también para la de Ourense puesto que orensano nació aunque pertenezca a la diócesis de Astorga, contarle entre nuestros embajadores de Cristo... misioneros hasta el final.

OMPRESS-ETIOPÍA (30-09-20) 
Este misionero comboniano, a sus 76 años, cuando ya estaba “cómodo” en su misión entre los Gumuz etíopes, acaba de ser nombrado administrador apostólico – ser obispo sin serlo – de la diócesis de Hawasa, la más grande y con mayor número de católicos de Etiopía. De nuevo este misionero ha dicho “Aquí estoy, envíame” ante esta nueva misión. Así lo escribe y lo vive desde Hawasa:
“Qué claras y cristalinas debieron sonar las palabras que el profeta Isaías pronunció hace unos 2.800 años ante la pregunta nada retórica de Dios, aunque no se dirigiese a nadie en concreto. ‘¿A quién enviaré?’. El profeta responde de inmediato y sin titubeos: ‘Aquí estoy, envíame’. Justo lo opuesto a cuando el profesor dice en la clase: ‘Necesito dos voluntarios’, y todos los alumnos bajan automáticamente la cabeza, clavando la vista en el libro que tienen delante, no precisamente para ponerse a estudiar, sino esperando que alguno de los vecinos de pupitre alce la mano y diga: ‘Aquí estoy yo’, o hasta que el profe deje caer la propuesta.
Me pregunto si mi respuesta fue tan clara y sin titubeos como la de Isaías cuando en el lejano 1964 dejé el seminario de Orense para ingresar en el instituto misionero de los Combonianos. Sí, me moría por ser misionero, mi deseo alimentado por ‘ir a los que viven en tinieblas y sombras de muerte’, eslogan alimentado por sueños de selvas y desiertos africanos. Fue eso lo que me ayudó a superar los obstáculos que en aquel momento se interponían, el mayor de los cuales era el de la situación de mis padres. Último de una familia de doce hijos, todos mis hermanos se habían ido yendo de casa sin perspectivas de vuelta. Mis padres esperaban aquella tan arraigada solución en aquellos tiempos: irse a vivir con su hijo pequeño a la parroquia donde lo mandaran. Y he aquí que al hijo se le ocurre la locura de irse a las selvas africanas. El ejemplo de Comboni, que dejó a sus padres ancianos y pobres, me confortó.
Pero hete aquí que, por importante que sea el decir sí cuando se arranca para misiones, no va a ser el único momento en que uno se juega el ser fiel de verdad y serlo solo a medias. En realidad, ese es solo el punto de partida. Isaías no nos dice nada de las dificultades que tuvo en su ‘carrera’ de profeta. Pero Jeremías sí nos lo dice. Más de una vez quiso escapar de Dios, porque el peso de su palabra le abrumaba. Protesta pero sigue adelante, fiel hasta la muerte a quien le llamó.
En los variados servicios que la vida misionera presenta, los hay que están en la línea de cómo uno ha soñado ser misionero y que son a medida de lo que uno cree que son sus capacidades y sus fuerzas. Hay otros, en cambio, ante los que uno siente la tentación de plantarse y decir: ‘No, mira, Señor. Lo siento, pero esto no es para mí. Pídeselo a otro. ¿Es que no hay nadie de mis compañeros de pupitre que levante la mano para decir Aquí estoy yo?’.
¿Estoy haciendo una confesión personal como las de Jeremías? Porque, mientras esto escribo, otro de esos momentos cruciales, superiores a lo que uno considera las propias fuerzas, se ha asomado por mi vida misionera. La cuestión es que, cuando uno no tiene ninguna razón humana para echársela sobre las espaldas, es el momento de hacerlo fiado solo en aquel en nombre del cual, al menos teóricamente, uno ha hecho todo cuanto ha realizado en su vida”.

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