26 oct 2020

Pinceladas de una experiencia misionera

La Delegación Diocesana de misiones astorgana me pide hacer un resumen de mi experiencia misionera en Africa. Es imposible resumir en unas páginas los 34 años de misión “ad gentes”. He vivido en 5 países del Africa, cada uno con sus características y realidades misioneras diferentes. Por eso he preferido presentar mi ‘primera experiencia’, la que duró más años. No puedo detenerme en detalles ni menos en algunas ‘aventuras de la misión’; para ello haría falta un libro. Me limitaré a dar simplemente algunas pinceladas de mi paso por Duékoué, pequeña ciudad del oeste de la Costa de Marfil, y su territorio misionero, más o menos como la diócesis de Astorga.
Duékoué, que significa “Lomo del Elefante” es la capital de la región “Wé”, cuya etnia autóctona son los ‘guérés’. El nombre le viene por una impresionante mole granítica que emerge en medio de la selva a un extremo de la ciudad con la forma de un enorme lomo de elefante. Es una zona de selva tropical y sus gentes se dedican sobre todo a la agricultura con una tierra muy fértil que ha atraído a muchos emigrantes de otros puntos del país y también de los países limítrofes.
La “Misión Catholique” se fundó en 1940 por la ‘Sociedad de Misiones Africanas’ (SMA) de misioneros franceses. Los salesianos tomamos el relevo en 1980. Hasta el año 2000 todo el vasto territorio era una sola parroquia, con más de 70 comunidades cristianas en otros tantos poblados dispersos por la selva. Hoy, con el gran aumento de cristianos y también de vocaciones al servicio de la Iglesia, el mismo territorio que atendíamos 4 salesianos ha dado nacimiento a tres nuevas parroquias o misiones. 
Os voy a hablar de mi tiempo en Duékoué (1986-2001). Los salesianos teníamos a nuestro cargo:
. La parroquia y residencia misionera en la capital desde la que atendíamos las comunidades animadas por sus catequistas voluntarios y diversos responsables de Comunidad.
. Un Centro Profesional artesanal y agrícola, para la formación de unos 250 jóvenes chicos y chicas en varios oficios: carpintería, albañilería, mecánica, costura y sobre todo formación en agricultura.
. Como toda misión salesiana, tenemos actividades de todo tipo para la educación y la evangelización de los numerosísimos niños y jóvenes.
El anuncio del Evangelio ha dado frutos: un gran aumento de cristianos y nuevas comunidades. En números redondos puedo decir que cada año reciben el bautismo alrededor de un centenar de adultos, otros tantos jóvenes y adolescentes, y además los niños pequeños que aquí nacen muchos. Por supuesto que toda la acción misionera con tantas y tan variadas actividades es posible gracias al trabajo de numerosos laicos comprometidos, auténticos ‘convertidos’, sobre todo los catequistas voluntarios, los responsables y animadores de comunidades, hombres y mujeres, los grupos y movimientos de apostolado.
En Duékoué y su región he vivido como misionero:
- El gozo de anunciar a los pequeños y a los pobres el Evangelio como camino de libertad, de alegría y de esperanza para estas gentes que no conocían a Cristo. Me he sentido continuamente ‘en salida’ hacia lo más profundo de la selva por caminos imposibles en todo terreno, en moto o a pie.
- he visto nacer y crecer ‘de la nada’, solo por la fuerza del Espíritu, nuevas comunidades cristianas cada vez más animadas y mejor consolidadas viviendo la fraternidad.
- He recibido el don de la acogida de esta buena gente, generosa en prepararnos la comida local suculenta compartida por todos bajo un gran árbol o, en tiempo de lluvias, bajo el techo de una humilde cabaña, mejor que un palacio. Hemos compartido los ‘trabajos comunitarios’ en las plantaciones de café o cacao, en los campos de arroz o de maíz. Hemos vivido la alegría de la fiesta.
- He anunciado el Evangelio con mis hermanos, inseparable de la “promoción humana”, dedicados sobre todo a la formación de jóvenes ‘rurales’: en mi caso, me tocó montar el taller de carpintería y enseñarla durante muchos años. Junto con estos jóvenes y gente de las comunidades hemos construido capillas e iglesias, pequeños dispensarios rurales, algún que otro pozo de agua potable equipado con bomba ‘a pedales’.
- he vivido fiestas y celebraciones cristianas llenas de vida, de color (¡y de calor!), de cantos y danzas que expresan la alegría de vivir como cristianos en una Iglesia-familia; en Duékoué hemos compartido alegría, paz y fraternidad entre “hermanos” de diferentes etnias, pero todos unidos por Cristo.
También nos ha tocado vivir algunas penas y situaciones de sufrimiento y dolor:
- La guerra y su cortejo de muerte, división, odio, destrucción, luto en las familias que lo perdieron todo: durante dos años nuestro terreno y los locales de la Misión se convirtieron en un campo refugiados que llegaron a ser 14.000 en los peores momentos de conflicto. La Misión era el único sitio ‘seguro’ y respetado donde encontró cobijo la gente huyendo de los pueblos destruidos.
- he sido testigo en varias ocasiones de conflictos inter étnicos graves, haciendo alguna vez de mediador o pacificador.
- Siempre me han dolido las muertes frecuentes por enfermedades diversas, con la impotencia de la falta de medios para poder afrontarlas, sobre todo el paludismo, que se lleva a los niños, los más débiles.
- También me duele el cómo, en pocos años, empresas de Europa (Francia) han entrado a saco en la selva para explotar sin escrúpulos la madera y otras reservas naturales.
No quiero acentuar estos aspectos negativos; Al contrario, me quedo con tantos valores positivos de mi larga experiencia misionera en el país “Wé”. Llego a la conclusión: más que ‘evangelizador´, he sido ‘evangelizado’ por estas gentes guérés, yacoubas, mossi, baoulé… unidas en Cristo gracias a la Buena Nueva del Evangelio, testi

gos de paz, de perdón, de solidaridad, misioneros del mismo Evangelio entre sus hermanos de reza, siempre agradecidos y acogedores del misionero que llega de lejos.
Esta acción misionera la hacemos por la Fuerza del Espíritu y también sintiendo muy de cerca el respaldo material y espiritual de nuestras comunidades de origen de las que hemos salido en la vieja Europa. La Diócesis, la Congregación nos envían y nos sostienen con la participación de tanta buena gente que hay en nuestras parroquias, conventos e Instituciones de todo tipo. Eso nos hace a todos misioneros. Ser misionero es una gracia de Dios; pero ¡todos podemos serlo! El Domund nos lo recuerda para seguir siéndolo de corazón.
Podéis ver algunas fotos, no son de Duékoué, pues en aquellos tiempos no teníamos ni ordenador ni cámara digital ni móvil o cosas parecidas. Son fotos de nuestra misión de Touba (Mali). Tenéis una muestra de mi periplo por algunos pueblos, celebrando misa, un bautizo, jóvenes en nuestro taller artesanal, chicas estudiando en nuestro centro, catequista enseñando a los niños, y buena pasta de maíz para todos…
  P: Lorenzo Campillo, SDB

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