CORPUS CHRISTI… te recibo en
mi , para que vivas donde yo vivo , para que mi vida diaria sea una extensión
de tu templo.
Cuando vamos a comulgar y recibimos
a Cristo como un trozo de pan, no estamos recibiéndole en nuestra vida ni en
nuestro corazón, simplemente hemos hecho
del acto de comulgar algo mecánico y carente de sentido. Él no vivirá, ni vendrá
conmigo donde yo vaya, en esas circunstancias, porque no le habré hecho un sitio real en mi
vida, porque no he hecho del acto de comulgar un modo de vida, y de su palabra, el alimento fundamental de ella.
Actualmente nuestra razón
actúa por encima de nuestro corazón de manera tan habitual que no percibimos
que nuestras almas están faltas de alimento, porque nuestro corazón se ha
endurecido y le falta ese grado de amor que necesita para alcanzar las justicias
de la vida, esos caminos de igualdad, fraternidad y amor que Cristo vino a
enseñarnos.
Debemos sacar a Cristo de
los sagrarios y llevarlo a nuestra vida diaria, para eso se hizo pan, para que
lo pudiéramos llevar a todos los actos de nuestra vida cotidiana, de poco nos vale encerrado en
nuestros corazones, quiere que hagamos lo que Él haría, somos sus manos y su
corazón, en la comunión nos lo recuerda y nos infunde ánimo.
Seguir sus
designios es difícil, con la comunión el Señor pide entrar en ti y que tú te abras a la
comunidad y al mundo, que vivamos por él y se haga vivo en nuestras vidas, que
le ayudemos a llevarle al resto de los que no le conocen.
Cuando pedimos “el pan
nuestro de cada día” en la oración fundamental de nuestra fe , estamos
caminando al encuentro de Dios y de su Reino, estamos renunciando al mal,
aprendiendo a perdonar y haciendo de nuestras vidas cotidianas un preludio de
lo que será la vida futura.
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