El
Santo Padre nos ha propuesto como lema para la celebración de la Jornada anual
de las Misiones: “La misión en el corazón de la fe cristiana”. Quiere que
caigamos en la cuenta de que la fe nos mueve siempre a un compromiso misionero.
Nadie guarda para sí una buena noticia sino que la proclama por los altavoces
más potentes. Quienes hemos descubierto que Cristo vive porque ha resucitado de
entre los muertos y nos acompaña en nuestro caminar para llevarnos, con la
ayuda de la gracia, por el camino que conduce a la gloria de Dios nuestro
Padre, sentimos el deber de comunicar a los demás esta buena noticia para que
también ellos puedan gozar de la esperanza.
El
corazón de la fe cristiana es el amor: Santiago escribe en su carta: “¿De qué
le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá
acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del
alimento diario y uno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos” pero
no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si
no tiene obras, está muerta por dentro” (Sant 2, 14-18).
Los
misioneros y misioneras esparcidos por todo el mundo llevan a todos los
rincones de la tierra el amor misericordioso de Dios. A través de sus obras
apostólicas, caritativas y misioneras el Señor se hace presente en la vida de
muchos hombres y mujeres y experimentan en su interior la fuerza del amor
divino que los reconcilia con Él, con los demás y consigo mismos. No hay oficio
más hermoso en este mundo que el de ser portador de amor al prójimo. Por eso el
trabajo de los misioneros es reconocido por todos, incluso por aquellos que
están alejados de la fe y de la Iglesia. Si esto es así debemos preguntarnos
¿por qué en estos momentos tenemos tan pocas vocaciones misioneras? ¿Por qué
los jóvenes cristianos no se sienten llamados a entregar la fe a los que no la
conocen como lo hicieron en otras épocas de la historia?
La
razón última que puede explicar esta situación es la falta de fe. En occidente
se ha debilitado la fe cristiana hasta tal punto que no tiene el vigor ni la
fuerza que tuvo en otras épocas de la historia, incluso reciente. Por eso, la
Jornada mundial de las Misiones nos invita a interrogarnos por la fortaleza de
nuestra fe. La sociedad del consumo, del individualismo a ultranza, del
bienestar sólo material provoca en nosotros un sopor misionero. En el mensaje,
el Santo Padre insiste, una vez más, en la necesidad de despertar de nuestro
letargo espiritual y fortalecer la fe para que se fortalezcan y abunden las
vocaciones misioneras. Es una llamada que dirige de modo particular a los
jóvenes: “Los jóvenes son la esperanza de la misión. La persona de Jesús y la
Buena Nueva proclamada por él siguen fascinando a muchos jóvenes. Ellos buscan
caminos en los que poner en práctica el valor y los impulsos del corazón al
servicio de la humanidad. «Son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los
males del mundo y se embarcan en diversas formas de militancia y voluntariado
[...]. ¡Qué bueno es que los jóvenes sean “callejeros de la fe”, felices de
llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!”.
¡Cuánto
desearía que animados por nuestra Delegación de Misiones se creara en la
Diócesis un espacio para la Juventud misionera! Hoy el joven tiene una
mentalidad más abierta respecto al mundo y no le importa salir de su familia y
su entorno para ir a otro lugar a trabajar o fundar una familia. ¿Por qué no a
los países de misión donde pueden hacer tanto bien? También aquí tenemos que
comenzar la misión ad gentes con
aquellos que no conocen a Cristo y que se han establecido entre nosotros. El
mejor bien que podemos ofrecerles es nuestra fe y nuestro corazón.
Renovemos
en esta Jornada Mundial de las Misiones (DOMUND) nuestra fe en el Señor y
nuestro compromiso por el anuncio del el evangelio. Renovemos nuestra confianza
en la fuerza transformadora del evangelio porque, como nos recuerda el Papa, “La
misión de la Iglesia, destinada a todas las personas de buena voluntad, está
fundada sobre la fuerza transformadora del Evangelio. El Evangelio es la Buena
Nueva que trae consigo una alegría contagiosa, porque contiene y ofrece una
vida nueva: la de Cristo resucitado, el cual, comunicando su Espíritu dador de
vida, se convierte en Camino, Verdad y Vida por nosotros.
Colaboremos
generosamente con esta Jornada Misionera, no sólo compartiendo nuestros bienes
sino ofreciendo también nuestra fe a quien no la tiene.
Con
mi afecto y bendición.
†
Juan Antonio, obispo de Astorga
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