11 jul 2016

NOVENTA Y NUEVE Y AL TORO

En estas lineas Manuel Díaz Álvarez, misionero en Venezuela de esta diócesis de Astorga, nos habla de su compañero Ismael Aparicio Sanmartín, nacido en 1917 en  Matachana - Castropodame  y misionero en Venezuela desde hace muchos años...

Siendo niño los rapaces nos burlábamos de Atilano y Segundo, que atendían el único ultramarinos de Matachana y con sus machos rastreaban pueblos y aldeas llevando aceite, pimienta y sal. Los dos eran hermanos de Ismael, el mayor, al que mi tía Humbelina, que acaba de morir a los ciento dos años y sin dejar de ir a misa ni un solo domingo, llamaba "diablo". 
Ismael era y es tremendo.
Nació en Matachana, de padres gallegos. Y como aún me recuerda cuando tomo un café a su lado, su carácter " es así" porque cuenta con la enrevesada sabiduría de Galicia y la salsa del buen pimiento berciano. Hace más de setenta y cinco años que se ordenó de sacerdote. Durante muchos de ellos "desasnó" seminaristas en el seminario franciscano de Herbón. Llegaban de las aldeas con zapatos de goma y casi sin saber lo que eran una cuchara y un tenedor. Y luego anduvo por Tierra Santa y Tánger. 
Hace casi cuarenta años que se mantiene firme en Venezuela. En diciembre cumple los cien y anda ligero, responde con la misma franqueza de siempre y no se olvida de los detalles.El 23 de enero es una urbanización popular de Caracas. Los chavistas la consideraban su bastión hasta hace unos meses y ahora se les volteó con la misma animadversión con que antes ofendían a quienes consideraban enemigos de esta bastarda, absurda y criminal "revolución".
Ismael aguarda a que los niños salgan de clase, descalzos muchas veces y con el mismo pantaloncillo entrecosido de siempre. Les alarga unos caramelos y ellos marchan contentos no sin antes haber pedido la bendición al "padrecito". Usa una lupa que alguien le mandó de España y con ella inscribe los bautizos, las bodas y las misas. Ya dice, "ni quiero ni puedo volver a España", pero no olvida a su Bierzo, a su san Roque de Matachana y al Palacio de Gaudí en el que se cayó la última vez que lo visitó, "rompiendo la escalera y no ninguna parte de mi cuerpo", nos aclara...Un misionero que, a sus noventa y nueve años, sigue insistiendo en ser útil.



Manuel Díaz Álvarez- Caracas



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