Hace ya algunos
años, una película argentina titulada “Un lugar en el mundo”, revelaba que cada
uno de nosotros tiene un lugar en el mundo del cual nunca puede irse. La vocación
personal revela mi lugar en el mundo. Sólo puede
percibirse con los ojos del corazón.
Este camino único, que me identifica, no me aparta de los otros sino que me invita
a entrar en comunión con ellos...
Si algo
interesante podemos intentar en la animación misionera, es facilitar que algunas personas jóvenes - o no tanto- se inquieten
en esta búsqueda.
La vocación
personal está más allá de las tareas
de cada momento, más allá de las misiones
recibidas. Es más bien, el hilo con ductor que las unifica a todas. Es
más íntima que la vocación religiosa
o laical. Es el alma que anima
toda vocación posterior. Es la fuente
de todo acto, de todo gesto, de toda palabra.
Revela la identidad más profunda.
Sólo a modo de ejemplo la vocación de Francisco de Asís, fue la pobreza y
la fraternidad universal. La vocación personal es la forma
por la que Dios se revela al mundo a través de cada persona. Quiero entender
que cuando hablamos de vocación
misionera las cosas van por acá.
Una persona “se convierte”
en misionero cuando percibe que no se pertenece, cuando descentrado de sí, busca establecer la verdadera comunión con Dios, con las personas y con las
cosas. Percibe que se debe al Otro y a los otros, que ha sido expropiado, que
su lugar en el mundo es vivir para el otro independientemente de las tareas concretas
que realice y don de las realice. Sin olvidar
la búsqueda apasionada por los últimos,
por los pequeños y empobrecidos, por las
presencias más urgentes y sufridas, por las personas desconocedoras de
la divinidad que les habita. Se
es misionero y no se puede dejar de serlo.
Esta dimensión se vive
en la interioridad, en la misión y es la fuente de la comu- nión universal. Esto que en su plenitud lo identificamos
con Cristo: abrirse al Padre para darse a los hermanos, estamos llamados
a vivirlo cada ser humano, independientemente
de nuestra cultura o tradición religiosa. Es muy fuer te cuando una
persona se percibe llamada
a ser cauce de encuentro amoroso ternura
divina entre Dios y la humanidad.
Posiblemente por
ahí vaya la misión.
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